jueves, 15 de octubre de 2009

Dia 5 - Mikonos

Para recorrer la isla decidimos alquilar un auto y confiar en que el GPS de Alberto nos trasladara sin problemas. No es que la isla sea muy grande ni que tenga muchas rutas, pero igual ayudó bastante.



Lo primero fue conocer la costa opuesta de donde estabamos, así que pusimos marcha hacia el interior de la isla y llegamos a una pequeña ciudad con una iglesia muy bonita: Anos Mera.



De ella digamos que las cúpulas son rojas en lugar de azules, los monjes solitarios y besucones –pregúnteles a las chicas, yo alcancé a huir-, los gatos negros para terror de Male y las plazas circulares. Hablando de esto, es imposible no caminar en círculos en el promontorio que se alza en el medio de la placita, el que vaya que haga la prueba y lo verá.







Después de esquivar al cura cariñoso, seguimos directo hasta llegar a la costa, a un pequeño pueblito de pescadores, que además tiene cerca una linda playa: Kalafatis.







Nos quedamos un ratito disfrutando el agua, juntando piedritas y esas cosas que se hacen en la playa cuando el tiempo sobra, y luego emprendimos viaje hacia el sur de la isla. Queriamos llegar a la punta más lejana, y para eso antes teníamos que pasar por otro pueblo: Ornos.

La verdad es que no esperabamos nada y nos encantó, son las sorpresas que a veces da andar sin rumbo. Además de un pueblito encantador, tiene una playa con agua cristalina, que Norita tanteó pero que finalmente desistimos de probar, ya que a esa hora el hambre llamaba más que el baño.





Detectamos enseguida un bar frente a la playa donde además de comer y beber de manera, digamos, “armoniosa”, disfrutamos de las canciones de un alegre grupo de parroquianos que amenizaron el almuerzo, mientras bebían Ouzo sin descanso ni pudor. El efecto de esta bebida –licor de anís y agua- parece que hace cantar a la gente.



Ese día supimos que los sabores de las ensaladas griegas eran como los que comíamos cuando éramos chicos, el tomate sabía a tomate de huerta, las aceitunas riquísimas, y el aceite de oliva exquisito.

Terminado el almuerzo seguimos viaje rumbo a esa famosa punta que tardamos bastante en encontrar, hasta que luego de varias vueltas, alcanzamos. Además de paisaje de acantilado había una linda playita: Korfos.



No paramos porque la desesperación por tomar mate se había evidente y todavía queriamos dar una vuelta por la famosa playa Platis Gialos antes de volver a la ciudad. Así que pisando un poco el acelerador llegamos a esta playa, donde abundan los resorts y los turistas del “todo incluido”.



Esta bien, pero no es el tipo de playa en la que me quedaria a veranear, la ventaja es que tiene cerca muchos centros de diversión como la famosa Playa Paradise y otras.

Tomamos dos mates medio frios y huimos a la capital antes de que cayera la tarde. Caminamos un rato perdidos por las calles, sacando fotos, y haciendo cosas de turistas.







Luego nos acordamos que estaban los famosos molinos de viento. No podía ser que nos fueramos de Mikonos sin ver los molinos, es como ir a Paris y no ver la Torre Eiffel.







Cerca de ellos está la llamada “pequeña Venecia” en un alarde de imaginación descontrolada, ya que de Venecia no tiene nada.





Pero el lugar es lindo, con barandas al mar, se ve la puesta de sol, tiene mucha animación entre los turistas y la bebida es carísima. Quizás por eso, como señal de protesta, fue que le tiré encima la bandeja repleta de bebidas a la “pizpireta” camarera italiana y a varios asistentes de la mesa de al lado, que terminaron impregnados en alcohol y en el pegote dulce de las bebidas exóticas que toman los turistas. A pesar de los rumores, no lo hice a propósito, fue de torpe que soy y para dejar algún recuerdo de mi paso por la isla. Solo lamenté no haber sacado una foto de la cara de estupor de la italiana pero ya me pareció mucho y temí salir linchado por el público.





Bueno, era el último día en Mikonos y de algo teníamos que reírnos a la vuelta en el hotel: de mí, ¡qué raro!

miércoles, 14 de octubre de 2009

Dia 4 - Mikonos

Llegó el día de la prueba “del agua”, así que tempranísimo el grupo se encaminó hacia El Pireo y sin más trámites nos embarcamos en el inmenso ferry que nos llevaría a navegar por las islas.

La primera sorpresa fue enterarnos que no teníamos asientos y tampoco podíamos ocupar los disponibles, a pesar de lo que dijo la tonta que nos vendió el pasaje. Por unos pocos euros más hubiera podido ir cómodamente durmiendo, porque a pesar de que el barco no se movía mucho, igual se balancea y 8 horas de balanceo afectan a cualquiera aunque no tenga vértigo, a mí que no me mientan.

La segunda fue mucho más placentera, pasamos navegando e incluso el barco realizó paradas por un par de islas. La prueba de que subí con ánimo es esta foto con feliz semblante a pesar de la temprana hora de la mañana.



E incluso esta otra tomada al grupete por un servidor mientras se “entretenían” en la cubierta del barco, y yo trataba de no quedarme dormido, más que nada por miedo a caerme al agua y que nadie se diera cuenta.



Y también como regalo extra una amenazante nube negra que con preocupación veía que venía siguiéndonos, se transformó de repente en una bella imagen con el sol naciendo y desapareció finalmente en el horizonte.



Así que como ya dije, las horas pasaron lentas… lentas… lentísimas hasta que cuando menos lo esperaba apareció como de la nada algo que despertó al personal, ¡Tierra! grité cual marinero de La Pinta, ¡por fin tierra a la vista!- me emocioné y comencé a gatillar la máquina de fotos.



Eran las islas de Siros y Tinos, ambas muy similares, un enjambre de casas que se montan unas sobre otras hasta llegar a iglesias, que parecen la cúpula del pueblo.







Finalmente, el barco arribó a destino: Mikonos, quizás la más famosa de las islas griegas. Allí nos esperaba un hotel, de los mejores de nuestra travesía, en lo alto de la ciudad, un mate bajo las sombrillas de la terraza y “artística” pose al borde de la piscina con vista al mar.



Antes de que cayera el sol, visita obligada al pequeño puerto de la ciudad, donde el amigo Ponti comenzó una de sus tantas exploraciones en la marina, como se aprecia en el fondo de la foto



Caminamos a la orilla del mar, con un ojo en el agua cristalina y otro en las mesas de los restaurantes. No sé, pero el mar da hambre, decia mi abuela.



Y luego de la restauración, mariscos para la mayoría y pasta, como siempre para un servidor, el grupo decidió caminar un rato por las pintorescas calles con sus casas blancas, esperando que oscureciera, cosa que no tardo en suceder, antes de emprender la subida hacia el hotel.



Por la noche, en el horizonte apareció un iluminado crucero al más puro estilo fantasmal de Amarcord, solo faltaba el ciego y la música. Era hora de irse a dormir.



Dia 3 - Atenas

Llegó por fin el momento que había esperado: iríamos a ver el Partenón. Este monumento, junto con las pirámides de Egipto (que hice en otro viaje), eran dos pasiones de lectura en mi niñez y adolescencia. Se estaba por cumplir un sueño.

El día amaneció gris y lluvioso, así que húmedos y con paraguas subimos la colina que nos llevó a la Acrópolis. Ese día me dejó una linda camperita de lluvia que tuve que comprar y hermosas imágenes, que quizás por esperar menos de lo que era –otra vez apreciaciones ajenas sobre que "no hay nada, solo piedras amontonadas y monumentos en ruinas”- me asombró.



El conjunto me pareció muy grande y hermoso, ya desde el pórtico de entrada, donde por la pura emoción de inmortalizar el momento, hice rodar por tan históricas escalinatas mi máquina de fotos nuevita, que por suerte sobrevivió al accidente. Sobre las escaleras se encuentran los Propileos (432 a.C.), la espectacular entrada al recinto.



A la derecha de la escalera (s.I.a.C.) están los restos del Templo de Atenea y a la izquierda se observa el pedestal de lo que fue el Monumento de Agripa.



Pasamos luego por el Odeón de Herodes, con sus arcos, gradas y su hermoso piso.





Y por fin vino el punto que acapara todas las miradas, el monumental Partenón (447-432a.C.). Me emocionó estar en frente de algo que vengo mirando en fotos desde que era un niño. Es más grande de lo que esperaba, y me pasó como casi siempre, más que lo que veo es lo que imagino, asi que veo en él cómo fue en su origen y esa es la fuente de la emoción, estar en el mismo lugar y paseando por la misma calle que caminaron "ellos".



Después de un rato, de rodear una y otra vez el monumento, fui a buscar uno de los más famosos templos de la Acrópolis, el Erectión, el santuario de dioses y héroes mitológicos (421 a.C.), con sus columnas jónicas y detalles de capiteles.







Y a su lado, el lugar más fotografiado de la Acrópolis: las Cariátides, que aunque reproducciones –las originales están en el museo- también impresiona verlas.



El resto fue una caminata solitaria por el conjunto y contemplar un rato los monumentos en silencio.



Pero, el dia pasaba y había que bajar para poder seguir con el recorrido, así que me reuní con los demás y emprendimos el descenso por la otra parte de la colina, donde encontramos los restos del Teatro de Dionisio (s.VI a.C.), que además de sus conservados asientos, tiene un maravilloso piso con un conjunto escultórico.







Nora y Alberto siguieron el camino viendo los otros restos, pero Male y yo nos quedamos un rato, un poco emocionados, sentados en el anfiteatro.



Nos reunimos luego para ir al Museo de la Acrópolis, donde también almorzamos en su linda terraza con vistas a la Acrópolis. En el museo están las Cariátides originales y tiene una buena colección de estatuas y objetos hallados en el recinto arqueológico.



Posteriormente emprendimos el camino hacia el Ágora, dejando atrás este hermoso lugar que acompañó toda la estadía en Atenas como un paisaje de fondo, en la altura, alejándose y acercándose siempre.



Caminamos un rato perdidos bordeando la Acrópolis, siguiendo el GPS de Ponti que guiaba nuestros pasos, aunque no de manera tan eficiente como se suponía. Ya estabamos por empezar a protestar contra el guía, cuando finalmente llegamos al famoso Ágora, centro de la vida pública de la antigua Atenas, con sus calles y templos.

La calle o avenida principal, la llamada “vía de las Grandes Panateneas”, es un trazado a cuyo margen se encuentran los restos de lo que fue el Ágora, como por ejemplo, las columnas de entrada al Gimnasio.



Caminando por el conjunto, prácticamente un parque público, se llega al monumento más famoso y mejor conservado: el Hefestión o Teseion, ya que la leyenda cuenta que allí está enterrado el héroe Teseo.



Fue construido por Pericles entre el 449-445 a.C. en honor de Hefesto y Atenea. Sus columnas dóricas y su emplazamiento es impresionante y cuando el sol penetra por los costados del templo, se crea un efecto solemne.

El dia ya se iba y de repente comenzaron a sonar los silbatos de los guardias del recinto, así que como no era cuestión de quedarse encerrados y pasar la noche entre los fantasmas de griegos antiguos, salimos hacia el otro lado del Ágora.

Allí se encuentra el movido barrio de Psiri, lugar de moda entre turistas, con sus restaurantes, bares y negocios de venta de souvenirs. Aunque solo caminamos un rato por la Ermou y volvimos luego nuestros pasos, ya que casi enseguida se hizo de noche y después de tanta caminata el hambre apretaba.