Lo primero fue conocer la costa opuesta de donde estabamos, así que pusimos marcha hacia el interior de la isla y llegamos a una pequeña ciudad con una iglesia muy bonita: Anos Mera.
De ella digamos que las cúpulas son rojas en lugar de azules, los monjes solitarios y besucones –pregúnteles a las chicas, yo alcancé a huir-, los gatos negros para terror de Male y las plazas circulares. Hablando de esto, es imposible no caminar en círculos en el promontorio que se alza en el medio de la placita, el que vaya que haga la prueba y lo verá.

Después de esquivar al cura cariñoso, seguimos directo hasta llegar a la costa, a un pequeño pueblito de pescadores, que además tiene cerca una linda playa: Kalafatis.

Nos quedamos un ratito disfrutando el agua, juntando piedritas y esas cosas que se hacen en la playa cuando el tiempo sobra, y luego emprendimos viaje hacia el sur de la isla. Queriamos llegar a la punta más lejana, y para eso antes teníamos que pasar por otro pueblo: Ornos.
La verdad es que no esperabamos nada y nos encantó, son las sorpresas que a veces da andar sin rumbo. Además de un pueblito encantador, tiene una playa con agua cristalina, que Norita tanteó pero que finalmente desistimos de probar, ya que a esa hora el hambre llamaba más que el baño.
Detectamos enseguida un bar frente a la playa donde además de comer y beber de manera, digamos, “armoniosa”, disfrutamos de las canciones de un alegre grupo de parroquianos que amenizaron el almuerzo, mientras bebían Ouzo sin descanso ni pudor. El efecto de esta bebida –licor de anís y agua- parece que hace cantar a la gente.
Ese día supimos que los sabores de las ensaladas griegas eran como los que comíamos cuando éramos chicos, el tomate sabía a tomate de huerta, las aceitunas riquísimas, y el aceite de oliva exquisito.
Terminado el almuerzo seguimos viaje rumbo a esa famosa punta que tardamos bastante en encontrar, hasta que luego de varias vueltas, alcanzamos. Además de paisaje de acantilado había una linda playita: Korfos.
No paramos porque la desesperación por tomar mate se había evidente y todavía queriamos dar una vuelta por la famosa playa Platis Gialos antes de volver a la ciudad. Así que pisando un poco el acelerador llegamos a esta playa, donde abundan los resorts y los turistas del “todo incluido”.
Esta bien, pero no es el tipo de playa en la que me quedaria a veranear, la ventaja es que tiene cerca muchos centros de diversión como la famosa Playa Paradise y otras.
Tomamos dos mates medio frios y huimos a la capital antes de que cayera la tarde. Caminamos un rato perdidos por las calles, sacando fotos, y haciendo cosas de turistas.

Luego nos acordamos que estaban los famosos molinos de viento. No podía ser que nos fueramos de Mikonos sin ver los molinos, es como ir a Paris y no ver la Torre Eiffel.
Cerca de ellos está la llamada “pequeña Venecia” en un alarde de imaginación descontrolada, ya que de Venecia no tiene nada.
Pero el lugar es lindo, con barandas al mar, se ve la puesta de sol, tiene mucha animación entre los turistas y la bebida es carísima. Quizás por eso, como señal de protesta, fue que le tiré encima la bandeja repleta de bebidas a la “pizpireta” camarera italiana y a varios asistentes de la mesa de al lado, que terminaron impregnados en alcohol y en el pegote dulce de las bebidas exóticas que toman los turistas. A pesar de los rumores, no lo hice a propósito, fue de torpe que soy y para dejar algún recuerdo de mi paso por la isla. Solo lamenté no haber sacado una foto de la cara de estupor de la italiana pero ya me pareció mucho y temí salir linchado por el público.

Bueno, era el último día en Mikonos y de algo teníamos que reírnos a la vuelta en el hotel: de mí, ¡qué raro!




